Jaime II y el Santo Cáliz: la duda que fortaleció la tradición
En 1952, el jesuita Manuel Tarré, S.J., publicó en Valencia un pequeño folleto que abordaba una de las cuestiones más delicadas sobre el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia: ¿pudo el rey Jaime II de Aragón, nieto de Jaime el Conquistador, desconocer la existencia del Cáliz en su propio reino?
La pregunta surgía de un documento sorprendente. En el año 1322, el monarca aragonés envió una carta al sultán de Egipto Abulfat Mahomet, pidiéndole tres reliquias: el cuerpo de Santa Bárbara, la Vera Cruz y el Santo Cáliz. Si aquella petición era cierta, parecía implicar que el rey no sabía que la copa de la Última Cena —la que, según la tradición, había custodiado San Lorenzo y llegado después a Aragón— ya se encontraba en territorio cristiano. Pero Tarré no lo vio así.
Un rey devoto y un enigma diplomático
El jesuita planteó la duda con honestidad: ¿cómo podía un monarca tan culto y piadoso como Jaime II ignorar una reliquia tan venerada? En su folleto El Santo Cáliz de Valencia. Recapitulación de los argumentos de su autenticidad, Tarré reconocía que el documento publicado por el historiador alemán Heinrich Finke parecía poner en entredicho la tradición aragonesa. Pero, lejos de debilitarla, la reforzó: la ignorancia del rey no invalida la autenticidad del Cáliz; solo revela el secreto con que fue custodiado durante siglos.
Según Tarré, los monjes de San Juan de la Peña —el monasterio pirenaico que guardó el Cáliz durante más de doscientos cincuenta años— lo habrían mantenido oculto por prudencia y seguridad. “El secreto de los monjes”, escribe, “pudo ocultar su existencia incluso al propio soberano”.
San Juan de la Peña: el refugio del Grial aragonés
El folleto incluye una imagen del Monasterio Viejo de San Juan de la Peña, excavado bajo la roca, símbolo de la espiritualidad y la discreción de los primeros custodios del Cáliz. Allí, entre el silencio y la piedra, se habría protegido la reliquia desde tiempos visigodos, antes de pasar a Zaragoza y, finalmente, a Valencia.
Tarré analiza además que el rey pedía también la Vera Cruz al sultán, pese a que se sabía que desde el siglo IV se conservaba en Roma. Eso demuestra, dice el autor, que Jaime II se guiaba más por la devoción que por la precisión histórica, y que su petición no implica desconocimiento del verdadero Cáliz, sino un exceso de celo religioso.
La hipótesis oriental y los rumores del Grial
En el siglo XIV circulaban numerosos rumores sobre reliquias sagradas conservadas en Oriente. Tarré sugiere que el rey pudo haber oído hablar de otro cáliz venerado en Jerusalén, quizá confundido con el Santo Grial, y haber intentado recuperarlo. “¿Se dejó seducir Jaime II por el rumor del cáliz de Jerusalén del siglo VII? Un rumor sin fundamento”, apunta el jesuita.
De este modo, el autor desmonta la aparente contradicción entre la carta del monarca y la tradición peninsular. La petición del rey no desmiente la presencia del Santo Cáliz en España, sino que refleja la complejidad de una época donde la fe, la diplomacia y la leyenda se entrelazaban.
La ironía final de Tarré
En uno de los pasajes más agudos del texto, Tarré escribe con cierta ironía:
“Concedamos que caiga toda la tradición y que le debamos a Jaime II la posesión de tan preciada reliquia: ¿la tenemos? Pues asunto concluido. Felicitámonos de la clara autenticidad.”
Con esa frase, el autor da un golpe maestro. No importa tanto si la carta es auténtica o si el rey supo o no del Cáliz: la historia demuestra que la reliquia llegó a Valencia y allí se conserva, venerada y custodiada con la misma fe que inspiró a sus antiguos guardianes.
El eco de un siglo
El texto de Manuel Tarré pertenece a un momento en que la Iglesia y los estudiosos españoles buscaban reforzar las raíces históricas de su patrimonio espiritual. La defensa del Santo Cáliz no era solo una cuestión de fe, sino también de identidad cultural. Autores como Tarré combinaron devoción, erudición y sentido histórico para situar a Valencia en el centro de una tradición que enlazaba Jerusalén, Roma, Aragón y la cristiandad europea.
Hoy, más de setenta años después, su voz sigue teniendo valor. En su estilo sencillo y razonado, Tarré nos recuerda que el misterio del Santo Cáliz no está solo en su materia, sino en su viaje: un recorrido de siglos por el que la fe se volvió historia.