Han pasado cuatro meses desde que la DANA del 29 de octubre de 2024 dejó a Valencia bajo el agua, con más de 224 vidas perdidas y barrios enteros convertidos en un mar de lodo. Pero si algo define a esta ciudad, es su capacidad para levantarse. En 2025, Valencia no solo está reconstruyendo casas y puentes; está tejiendo historias de esperanza que resuenan desde los pueblos de la huerta hasta las calles del Carmen.
Paco, un jubilado de 68 años de Paiporta, lo cuenta con los ojos húmedos pero una sonrisa firme. “Perdí el taller donde arreglaba bicis desde los 20, pero mis vecinos me salvaron la vida subiéndome a un tejado. Ahora, con lo poco que quedó, estoy enseñando a los críos del barrio a reparar ruedas”. Su historia no es única. En Benetússer, un grupo de estudiantes universitarios ha montado un taller improvisado para restaurar fotos familiares que el agua se tragó: imágenes en blanco y negro, recuerdos de bodas y bautizos que ahora secan al sol con cuidado casi quirúrgico. “Es como devolverles un pedazo de su historia”, dice Laura, de 22 años, mientras pega con cinta adhesiva una instantánea rota de una abuela sonriente.
La solidaridad ha sido el pegamento de esta recuperación. Mestalla, el estadio del Valencia CF, se convirtió en un hervidero de donaciones tras la tragedia: montañas de ropa, latas de conserva y hasta pañales apilados por manos anónimas. “Vine a dejar una bolsa y me quedé tres días ayudando”, cuenta María, una ama de casa de Ruzafa que acabó organizando turnos de voluntarios. Y no solo los locales: expats británicos y alemanes se sumaron, algunos trayendo termos de té y otros cargando cajas bajo la lluvia.
Pero no todo es heroísmo silencioso. Hay heridas abiertas. En X, las “colas del hambre” siguen siendo un tema candente, con usuarios denunciando que la ayuda no llega igual a todos. “Cuatro meses después y aún hay gente sin luz ni agua”, escribió
@ValenciaResiste en febrero, acompañado de una foto de vecinos con pancartas frente al ayuntamiento. Las caceroladas nocturnas en pueblos como Catarroja son un grito que no se apaga.
Y luego está lo que viene: las Fallas de marzo de 2025. Este año, los artistas falleros tienen un reto monumental. “No queremos solo quemar ninots; queremos contar lo que pasó”, dice Jorge, un maestro fallero de 45 años que trabaja en una figura gigante de una mujer emergiendo del agua, con peces enredados en su pelo. La Cremà, esa noche en que el fuego lo consume todo, será más que una tradición: será catarsis. Los valencianos ya imaginan las calles llenas de música, pólvora y lágrimas que no solo duelan, sino que sanen.
Valencia renace, sí, pero no olvida. Entre las casas pintadas de blanco que vuelven a brillar bajo el sol y las historias de quienes lo perdieron todo, hay una ciudad que late más fuerte que nunca. Un lugar donde el dolor y la fuerza van de la mano, y donde cada paso adelante es un relato que merece ser leído.