Valencia, el refugio soñado: Las anécdotas de una pareja británica que lo dejó todo por el sol

1 marzo, 2025
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Valencia no solo está en el mapa de los expatriados; está en el corazón de quienes, como Kate y Dan Kurdziej, han cambiado la lluvia inglesa por el brillo mediterráneo. Esta pareja británica, que aterrizó en Jávea en 2023 huyendo de un agotador capítulo en Yorkshire, ha hecho de la Comunidad Valenciana su hogar definitivo. En una entrevista reciente con The i, no solo alaban la vida al aire libre y el ambiente relajado, sino que comparten anécdotas personales que pintan su nueva realidad como un capítulo de novela. “Nunca volveremos al Reino Unido”, sentencia Kate con una risita, y sus historias explican por qué.

Todo empezó con un parto de pesadilla en Leeds. Kate, de 37 años, recuerda cómo el nacimiento de su hijo Oliver, tras 20 horas de complicaciones, fue la gota que colmó el vaso. “Dan llegó del trabajo exhausto, yo estaba destrozada, y el médico nos dijo que el pequeño había nacido con el cordón enredado. Ahí dijimos: ‘Basta’”. Fue entonces cuando, entre pañales y noches sin dormir, Dan, un exanalista financiero, sacó su portátil y empezó a googlear “lugares soleados para vivir barato”. Valencia apareció como un flechazo: buen clima, casas asequibles y una vida que prometía más risas que facturas. Tres meses después, estaban firmando los papeles de una villa blanca en Jávea por 135.000 euros, con un patio lleno de naranjos que ahora es el reino de Oliver.

Las anécdotas de su adaptación son pura comedia. Dan, con su metro ochenta y su inglés cerrado, cuenta cómo su primera misión en el mercado de Jávea fue un desastre: “Pedí ‘pollo’ y me dieron un montón de pimientos. Volví a casa con una bolsa de colores y Kate no paraba de reírse”. Pero pronto se ganó a los vecinos. Una tarde, mientras intentaba podar un naranjo con unas tijeras oxidadas, el señor Pepe, el anciano de al lado, apareció con una escalera y una lección gratis de jardinería. “Terminamos bebiendo vino casero hasta las tantas. Ahora me llama ‘el inglés de las naranjas’”, dice Dan, orgulloso.

Kate, por su parte, tiene su propia colección de momentos valencianos. Una mañana, decidió unirse a una clase de yoga en la playa de la Malvarrosa, recomendada por una amiga expatriada. “Llegué con mi esterilla vieja, sudando nervios, y de repente una señora de 70 años me corrigió la postura como si fuera mi abuela. Luego me invitó a su casa a probar una paella que había hecho con su nieta. ¡Fue surrealista!”. Esa espontaneidad, dice, es lo que la enamoró de la gente de aquí. Ahora, sus días giran entre paseos con Oliver por el paseo marítimo y charlas con otras mamás —locales y extranjeras— en cafeterías con vistas al mar.

No todo ha sido un cuento de hadas, claro. Dan admite que el primer verano los pilló desprevenidos. “Pensamos que el calor británico era lo mismo, pero aquello era otro nivel. Nos pasamos una semana durmiendo con ventiladores y sin pegar ojo, hasta que un vecino nos enseñó el truco de cerrar persianas todo el día”. Kate añade entre risas: “Y yo quemándome como un cangrejo porque no creía en el protector solar. Ahora soy la reina del factor 50”. Pero esas pequeñas lecciones solo han reforzado su amor por el lugar.

La pareja no está sola en esta fiebre valenciana. En 2025, la región sigue siendo un imán para expatriados: británicos post-Brexit, nórdicos huyendo del frío y nómadas digitales con visados frescos. Kate y Dan ya son parte de una comunidad que crece entre paellas compartidas y clases de ejercicio al aire libre. “Hay un grupo de WhatsApp de expats que no para: un día es una barbacoa en Denia, otro una ruta por el Montgó”, cuenta Dan. Y aunque echan de menos el fish and chips, no cambian su nueva vida por nada. “Aquí Oliver crece con sol y naranjas, no con paraguas. ¿Qué más se puede pedir?”, dice Kate, mientras planean su primera Fallas en marzo, listos para flipar con el fuego y la fiesta.

Valencia, con su mezcla de calma y chispa, no solo les ha dado un hogar: les ha dado historias para contar. Y como ellos, miles de extranjeros están escribiendo las suyas bajo el mismo sol mediterráneo.

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