


VALENCIA — En el barrio de Benimaclet, a escasos metros del célebre Espai Verd, se alza una joya arquitectónica poco conocida incluso por los propios valencianos. Se trata de la Cooperativa Benlliure, un singular complejo residencial construido en los años 80 que desafía las normas de la arquitectura convencional: 80 viviendas, cada una distinta a las demás, todas con chimenea y un diseño pensado para fomentar la convivencia.
Un proyecto hermano del Espai Verd
La autoría del proyecto recae en el mismo equipo de arquitectos que ideó el Espai Verd: Antonio Cortés, Alfonso Serrano, Salvador Pérez y Toni Carrascosa, del estudio CSPT. Sin embargo, la Cooperativa Benlliure fue anterior, aunque con menos visibilidad pública.
Ubicada en la calle Real de Gandía, el complejo está formado por dos edificios gemelos, cada uno con 40 viviendas, conectados por un sistema de pasarelas y distribuidos alrededor de patios ajardinados con piscina. A diferencia de los bloques uniformes de muchas promociones, en el Benlliure no hay dos pisos iguales.
Chimeneas, balcones y zonas comunes: diseño al servicio del vecindario
Cada vivienda cuenta con chimenea funcional, múltiples balcones y materiales diseñados para aislamiento acústico, como el pavimento flotante sobre forjado. Elementos que hoy resultan innovadores, pero que fueron concebidos hace más de cuatro décadas por un grupo de amigos que fundaron la cooperativa con una visión: construir un edificio para vivir, no solo para habitar.
Toni Carrascosa recuerda que todas las decisiones fueron consensuadas en la junta rectora de la cooperativa, donde los futuros vecinos decidían democráticamente el rumbo del proyecto.
Una arquitectura que sorprende al recorrerla
El edificio es un laberinto visual y funcional: escaleras esculpidas como piezas artísticas, pasarelas elevadas, patios interiores y zonas comunes abiertas al aire libre. Todo está dispuesto para favorecer la interacción vecinal. Uno de los patios acoge un mural decorativo original, flanqueado por lámparas diseñadas por Óscar Tusquets, que aún conservan su elegancia intacta.
Para Antonio Cortés, el uso de escaleras como eje escultórico distingue a la arquitectura auténtica de la mera edificación. La fachada, sin repeticiones, refuerza esa vocación de originalidad estructural.
Dificultades técnicas y visión mantenida
La complejidad del diseño obligó a los arquitectos a justificar su viabilidad técnica frente a las normativas urbanísticas vigentes en los años 80. Aunque algunas ideas no llegaron a ejecutarse —como un mercado vecinal en la entreplanta—, el alma del proyecto sobrevivió.
La cooperativa Benlliure no solo es una rareza formal, sino un experimento social de convivencia urbana. Cada arquitecto vivió durante años en su propia creación, enfrentándose a los retos y virtudes del espacio que idearon con entusiasmo juvenil.
Un guiño a la arquitectura viva
Hoy, décadas después, el Benlliure sigue en pie como ejemplo de arquitectura honesta, humana y participativa. Al finalizar una reciente visita guiada por sus creadores y vecinos como Jordi Miquel y Víctor Mira, el arquitecto Antonio Cortés cerró con una frase que resume el espíritu de la obra:
“Adiós. ¡Viva la arquitectura!”