El municipio mantiene intactos sus distintivos de excelencia en un año marcado por los estragos de la riada del pasado octubre, consolidando su modelo de gestión costera como referente nacional.

Valencia lo ha vuelto a hacer. A pesar de las secuelas que dejó la riada del 29 de octubre, que golpeó con dureza la costa y puso en jaque la limpieza y salubridad de sus arenales, la ciudad ha logrado conservar sus siete Banderas Azules, uno de los sellos más exigentes y valorados a nivel internacional. El reconocimiento, otorgado por la Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor (ADEAC), reafirma la calidad y sostenibilidad de las playas valencianas.

En palabras de Mónica Gil, concejala de Playas, “este distintivo este año reconoce el esfuerzo realizado en la limpieza y mantenimiento de la costa tras la riada”, una frase que resume el desafío superado por los servicios municipales y la ciudadanía.

Siete playas, siete emblemas del litoral valenciano

Las playas galardonadas este año son las urbanas del Cabanyal y la Malva-rosa, y cinco más al sur del término municipal: El Saler, la Devesa, la Garrofera, Recatí-Perellonet y Arbre del Gos. Esta última recupera el distintivo perdido en años anteriores gracias a una profunda intervención ambiental ejecutada por la Demarcación de Costas.

“Llevábamos años esperando que se actuara en Arbre del Gos”, señala Víctor Ibáñez, miembro de una asociación ecologista local. “Es una playa especial por su cercanía al parque natural, pero había perdido mucha arena y sufría erosión constante. Ahora está mejor protegida y preparada para el futuro”.

De playas cubiertas de residuos a espacios recuperados

Las consecuencias de la riada fueron visibles en cuestión de horas: el mar arrastró toneladas de residuos naturales y urbanos a las playas. Desde troncos y cañas hasta electrodomésticos y restos de vehículos. Fue, según Mónica Gil, “una situación catastrófica” que requirió una respuesta urgente y coordinada.

Más de 40.000 toneladas de residuos fueron retiradas en un operativo que incluyó maquinaria pesada, operarios de limpieza, voluntariado ambiental y recursos extraordinarios. “Lo más complicado fue limpiar las zonas más sensibles del parque natural, donde no se puede intervenir con maquinaria pesada”, explica Javier Montaner, técnico ambiental del Ayuntamiento.

Un galardón con criterios exigentes

La Bandera Azul no se concede a la ligera. Cada año, un jurado internacional analiza múltiples parámetros: calidad del agua, limpieza, seguridad, servicios sanitarios, accesibilidad, educación ambiental y cumplimiento de la normativa. La excelencia debe ser continua, no puntual.

Este año, Valencia no solo ha cumplido, sino que ha mejorado en algunos aspectos. Se han instalado nuevas pasarelas de acceso en zonas de difícil tránsito, reforzado los equipos de socorrismo y actualizado la cartelería informativa en varios idiomas.

Educación ambiental y participación ciudadana

Más allá del aspecto turístico, Valencia apuesta por la educación ambiental en sus playas. Desde hace años se organizan actividades dirigidas a escolares, asociaciones vecinales y visitantes. En la Malva-rosa, por ejemplo, se realizan talleres de identificación de microplásticos. En El Saler, rutas guiadas por el cordón dunar muestran la importancia de la vegetación autóctona.

“Queremos que la gente no solo venga a tomar el sol, sino que entienda el valor de este ecosistema”, dice Maribel Ferrando, guía ambiental de la Fundación Oceanogràfic.

El impacto turístico: playas que generan confianza

En un mercado turístico cada vez más competitivo, los distintivos como la Bandera Azul marcan la diferencia. Agencias de viaje, plataformas online y visitantes valoran especialmente los destinos que garantizan limpieza, servicios y compromiso medioambiental.

“Elegimos Valencia porque sabíamos que tenía varias Banderas Azules. Es un plus cuando viajas con niños”, comenta Sandra Ruiz, turista madrileña en la playa del Cabanyal. “Hay baños limpios, duchas, vigilancia y la playa está impecable”.

Armonía entre turismo y conservación

El reto del consistorio es mantener ese equilibrio delicado entre la afluencia masiva de visitantes y la protección del medio ambiente. Especialmente en zonas como la Devesa o la Garrofera, integradas en el Parque Natural de l’Albufera, donde la biodiversidad es tan rica como frágil.

Por eso, una parte del presupuesto anual de playas se destina a medidas de conservación: control de especies invasoras, mantenimiento de dunas, vigilancia de zonas protegidas o instalación de señalética para evitar el tránsito fuera de caminos permitidos.

Mirando al futuro: sostenibilidad como eje central

Valencia no quiere conformarse con mantener lo conseguido. Ya se están diseñando nuevas estrategias para los próximos años: ampliar el número de playas con distinción, incorporar tecnologías para medir en tiempo real la calidad del agua, y promover certificaciones adicionales de sostenibilidad.

“Tenemos que seguir innovando, adaptándonos al cambio climático y a las nuevas demandas de los usuarios”, apunta Mónica Gil. “El objetivo es que nuestras playas sean espacios vivos los 365 días del año”.

Conclusión: una ciudad que cuida su litoral

Valencia ha demostrado que con compromiso, planificación y trabajo en equipo es posible superar incluso una catástrofe natural sin perder la excelencia. Las siete Banderas Azules son más que un reconocimiento: son el reflejo de una forma de entender la ciudad, el turismo y la convivencia con el entorno.

“Las playas son de todos. Y cuidarlas es tarea de todos”, afirma la concejala. Un mensaje que resuena con fuerza este verano y que invita a la ciudadanía a disfrutar, sí, pero también a respetar.

¿Qué acción propondrías para mejorar nuestras playas? Participa con el hashtag #BanderaAzulValencia y cuéntanos tu propuesta.