Hagamos un guiño a la gastronomía. Los alimentos no solo llenan el estómago: también la mente. Y con la mente podemos imaginarnos los mejores manjares y empezar a salivar. Eso vamos a hacer.

El dulce que fue medicina: el letuario o lectuario
La confitura, o como se decía antiguamente, el letuario o lectuario, era mucho más que un simple dulce. Según la Real Academia Española, se trataba de un “medicamento de consistencia líquida, pastosa o sólida, compuesto de varios ingredientes, casi siempre vegetales, y cierta cantidad de miel, jarabe o azúcar”. En sus formas más sencillas, era una auténtica golosina medicinal.
El lectuario abarcaba delicias como el diacritrón (cidra o cabello de ángel), el codonate (dulce de membrillo), frutas confitadas en almíbar y cortezas de naranja amarga en miel. Todo ello se preparaba durante varios días en una alquimia de azúcar, miel y paciencia.

La miel: conservante y símbolo de eternidad
En las antiguas culturas de China y Mesopotamia ya se conocía el poder conservante de la miel. Los romanos incluso preservaban pescado en miel (literal), lo cual puede parecer una extravagancia… o una audacia gastronómica.
Pero fueron los árabes quienes perfeccionaron el arte de confitar frutas y flores, introduciendo en Europa los aromas de la rosa y la naranja. Desde el siglo XVI, las confituras se convirtieron en símbolo de refinamiento en las cortes europeas.
De los aguardenteros a las confiterías
Mientras las clases altas desayunaban chocolate con bizcochos en sus aposentos, el pueblo llano acudía a los puestos de aguardenteros, donde se vendía lectuario junto con aguardiente o mosto. Las confiterías de la época no solo ofrecían dulces, sino también baratijas y complementos femeninos, verdaderos centros de sociabilidad urbana.

De la mesa barroca al Roscón de Reyes
Las frutas confitadas no son del gusto de todos, pero su belleza cromática las convirtió en protagonistas de bodegones y pasteles. Hasta el Roscón de Reyes actual conserva ese legado visual y gastronómico del Barroco.

Escarchados, glaseados y tarros de almíbar
Las confituras se vendían en cajas o tarros de cristal, verdaderas obras de arte que conservaban tanto la fruta como el aroma. Podían glasearse o escarcharse, aunque —como decía algún cronista del paladar— el escarchado “disfraza el sabor y engaña al diente”.

Cuando el arte y el azúcar se dan la mano
En los bodegones barrocos, los dulces eran más que alimento: eran un símbolo de abundancia y sensualidad. Los pintores valencianos como Tomás Hiepes o Antonio Ponce inmortalizaron esas mesas donde el brillo del azúcar competía con el del vidrio y la porcelana.
Hoy, el lectuario es un recuerdo de aquella época en la que la gastronomía era también arte, medicina y poesía. Un dulce guiño al pasado que sigue inspirando nuestras mesas.
Bibliografía
- Herrero, Miguel: Oficios Populares en la sociedad de Lope de Vega. Castalia, 1977.
- Pérez Samper, María de los Ángeles: Los recetarios de mujeres y para mujeres. Cuadernos de Historia Moderna nº19, UCM, 1997.