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Lectuario: los dulces del Barroco y el origen de las confituras

1 noviembre, 2025
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Hagamos un guiño a la gastronomía. Los alimentos no solo llenan el estómago: también la mente. Y con la mente podemos imaginarnos los mejores manjares y empezar a salivar. Eso vamos a hacer.

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Bodegón de dulces, Juan van der Hamen, 1627. Colección Samuel H. Kress, Washington, EEUU.

El dulce que fue medicina: el letuario o lectuario

La confitura, o como se decía antiguamente, el letuario o lectuario, era mucho más que un simple dulce. Según la Real Academia Española, se trataba de un “medicamento de consistencia líquida, pastosa o sólida, compuesto de varios ingredientes, casi siempre vegetales, y cierta cantidad de miel, jarabe o azúcar”. En sus formas más sencillas, era una auténtica golosina medicinal.

El lectuario abarcaba delicias como el diacritrón (cidra o cabello de ángel), el codonate (dulce de membrillo), frutas confitadas en almíbar y cortezas de naranja amarga en miel. Todo ello se preparaba durante varios días en una alquimia de azúcar, miel y paciencia.

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Bodegón, Tomás Hiepes, segunda mitad del siglo XVII (detalle).

La miel: conservante y símbolo de eternidad

En las antiguas culturas de China y Mesopotamia ya se conocía el poder conservante de la miel. Los romanos incluso preservaban pescado en miel (literal), lo cual puede parecer una extravagancia… o una audacia gastronómica.

Pero fueron los árabes quienes perfeccionaron el arte de confitar frutas y flores, introduciendo en Europa los aromas de la rosa y la naranja. Desde el siglo XVI, las confituras se convirtieron en símbolo de refinamiento en las cortes europeas.

De los aguardenteros a las confiterías

Mientras las clases altas desayunaban chocolate con bizcochos en sus aposentos, el pueblo llano acudía a los puestos de aguardenteros, donde se vendía lectuario junto con aguardiente o mosto. Las confiterías de la época no solo ofrecían dulces, sino también baratijas y complementos femeninos, verdaderos centros de sociabilidad urbana.

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Frutas confitadas y bizcochos. Juan van der Hamen y León, Florero y bodegón con perro, 1625, Museo del Prado.

De la mesa barroca al Roscón de Reyes

Las frutas confitadas no son del gusto de todos, pero su belleza cromática las convirtió en protagonistas de bodegones y pasteles. Hasta el Roscón de Reyes actual conserva ese legado visual y gastronómico del Barroco.

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Roscón casero. Gracias, Alicia.

Escarchados, glaseados y tarros de almíbar

Las confituras se vendían en cajas o tarros de cristal, verdaderas obras de arte que conservaban tanto la fruta como el aroma. Podían glasearse o escarcharse, aunque —como decía algún cronista del paladar— el escarchado “disfraza el sabor y engaña al diente”.

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Higos escarchados. Juan van der Hamen y León, Bodegón con dulces y recipientes de cristal, 1622, Museo del Prado.

Cuando el arte y el azúcar se dan la mano

En los bodegones barrocos, los dulces eran más que alimento: eran un símbolo de abundancia y sensualidad. Los pintores valencianos como Tomás Hiepes o Antonio Ponce inmortalizaron esas mesas donde el brillo del azúcar competía con el del vidrio y la porcelana.

Hoy, el lectuario es un recuerdo de aquella época en la que la gastronomía era también arte, medicina y poesía. Un dulce guiño al pasado que sigue inspirando nuestras mesas.

Bibliografía

  • Herrero, Miguel: Oficios Populares en la sociedad de Lope de Vega. Castalia, 1977.
  • Pérez Samper, María de los Ángeles: Los recetarios de mujeres y para mujeres. Cuadernos de Historia Moderna nº19, UCM, 1997.
Etiquetas: lectuario, confitura, gastronomía valenciana, arte barroco, historia del dulcePor Redacción Locos por Valencia | Publicado el


 

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