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Las Arenas en 1930: playas separadas, veranos compartidos

6 julio, 2025
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El verano valenciano de 1930 era un mundo de contrastes. Bajo el mismo sol, entre las olas del Mediterráneo y la brisa cálida del Levante, la ciudad de Valencia vivía su particular transición entre la modernidad y la tradición. Una imagen, publicada en la revista Crónica el 17 de agosto de aquel año, nos transporta directamente a ese momento: una mujer joven, sonriente, camina por la orilla de la playa de Las Arenas, vestida con un bañador de la época. A su izquierda, una valla de madera separa su espacio del reservado a los hombres.

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La instantánea, obra del fotógrafo José Cabrelles Sigüenza, captura mucho más que una escena veraniega. Refleja las tensiones culturales, las normas sociales y los avances (lentos pero firmes) de una sociedad que empezaba a cuestionarse los límites impuestos al cuerpo, al ocio y a la mujer.


Las Arenas: el balneario de moda en la Valencia de entreguerras

La playa de Las Arenas, junto al balneario homónimo inaugurado en el siglo XIX, era ya por entonces uno de los centros neurálgicos del veraneo valenciano. Desde finales del siglo XIX, la burguesía valenciana había convertido este espacio en punto de encuentro para baños de mar, actividades sociales y paseos en barca. La zona contaba con casetas de baño, sombrillas de alquiler, servicio de duchas, zonas para niños e incluso secciones diferenciadas por sexo.

Este último detalle, tan sorprendente para los ojos actuales, responde a una costumbre que marcó las playas españolas durante buena parte del siglo XX: la separación entre hombres y mujeres en los espacios de baño, especialmente durante la monarquía de Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera.


La moral y la moda: el control del cuerpo femenino

La “sección femenina” de Las Arenas no tiene relación con la institución franquista que llevaría ese nombre años después. En 1930, el término hacía referencia simplemente al área reservada para mujeres en la playa, una medida pensada para mantener la “decencia” y “moral pública”. Las mujeres debían bañarse en zonas cerradas, con vigilancia, y usar trajes de baño que cubrieran buena parte del cuerpo: hombros, muslos y cintura.

La fotografía, sin embargo, muestra ya cierto cambio de paradigma. La joven retratada no solo aparece caminando libremente por el agua, sino que lo hace con un bañador ajustado de una pieza, sin mangas y con los muslos expuestos. Su actitud es segura, relajada, desafiante incluso. Representa a una nueva generación de mujeres que empieza a reclamar más espacio, más libertad y más igualdad, incluso en algo tan simple —y simbólico— como un día de playa.


La valla en la arena: símbolo de una época

A la izquierda de la imagen, casi sin querer, la valla de madera que delimita el espacio masculino se convierte en protagonista. No solo divide físicamente la playa, sino que actúa como barrera simbólica entre géneros, costumbres y derechos. Aquella estructura precaria refleja una sociedad que intentaba mantener los roles tradicionales mientras el mundo moderno llamaba a la puerta.

Es importante recordar que en 1930, España todavía no había aprobado el voto femenino (llegaría en 1931), y las mujeres tenían acceso limitado a la educación superior, el empleo y la vida pública. El cuerpo femenino era vigilado, regulado y, muchas veces, reprimido.


Una imagen, mil historias

La fotografía de Cabrelles no es solo una estampa costumbrista. Es un documento visual cargado de significado. Nos muestra un verano de hace casi un siglo, sí, pero también nos habla del papel de la mujer en la sociedad, de los cambios de mentalidad y de cómo incluso el ocio estaba condicionado por la norma y la tradición.

La chica que camina entre las olas podría ser cualquier joven de entonces, pero también representa a todas las mujeres que, poco a poco, fueron ganando espacios: en la playa, en las urnas, en las universidades, en las calles.

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