Lauria, cuando el centro era un paseo de elegancia
La Valencia que late 💓

Hay fotografías que no solo muestran el pasado: lo resucitan. Esta, tomada en la calle Lauria de Valencia a mediados de los años cincuenta, parece contener el rumor de una ciudad que vestía sus domingos con abrigo y sombrero, que caminaba despacio entre escaparates y luces colgantes, y que encontraba en el paseo vespertino su forma más sincera de convivencia.
La imagen vibra en sepia, pero respira vida. Los adoquines relucen tras la lluvia y una multitud cruza el corazón del centro como si cada paso tuviera su propio compás. En las fachadas, los carteles luminosos anuncian cines, cafeterías y sastrerías; nombres que hoy suenan a eco pero que entonces eran parte de una rutina llena de elegancia y costumbre.
Una ciudad que se sabía viva
Era la Valencia que soñaba con modernidad sin dejar de ser pueblo. Donde las familias paseaban juntas, los jóvenes se buscaban con la mirada y las tertulias llenaban las esquinas de palabras y humo. El centro era el escenario del reencuentro: un teatro al aire libre donde cada valenciano interpretaba su papel cotidiano.
En aquel tiempo, la calle Lauria y sus alrededores —Colón, Pascual y Genís, Barcas— eran el corazón que marcaba el ritmo de la ciudad. Los tranvías tintineaban su música de hierro y los cafés servían horchata, brandy y confidencias. Era una Valencia elegante, aún en blanco y negro, que comenzaba a colorearse con las primeras luces del progreso.
La memoria entre adoquines
Hoy, quien pasa por Lauria apenas reconoce sus reflejos. Las fachadas han cambiado, los coches sustituyeron las aceras amplias y los escaparates se multiplicaron. Pero bajo cada piedra aún late el rumor de aquella ciudad que caminaba sin prisa, consciente de su belleza y de su pulso mediterráneo.
Porque la historia de Valencia no solo se escribe en los libros: se camina. Está en las calles que recordamos, en las luces que alguna vez nos guiaron y en las fotografías que, como esta, nos invitan a volver.
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