En Alcoy, el sonido de los relojes aún marca el pulso del tiempo gracias a Vicent Botella, el último relojero de la ciudad. Hijo y nieto de relojeros, Botella pertenece a una saga que durante décadas dio cuerda al tiempo de los alcoyanos. Hoy, con 68 años, continúa reparando piezas únicas y ajustando con precisión el reloj del campanario de Santa María, como lleva haciendo desde hace casi medio siglo.
⏳ Una herencia entre engranajes
“Con catorce años ya estaba con mi padre; he estado toda la vida en esto”, cuenta con orgullo. Su historia es la de un oficio que se hereda más por vocación que por conveniencia.
Durante décadas atendió tras el mostrador de la tienda familiar, hasta que decidió cerrarla para dedicarse por completo a la reparación artesanal de relojes.
Ahora, su hijo sigue sus pasos, manteniendo una tradición que se resiste a desaparecer. “Le echo una mano cuando puedo”, dice Vicent, que define su trabajo como “casi quirúrgico”.
⚙️ Precisión y paciencia
El relojero explica que este oficio exige una calma absoluta:
“Tienes que ser muy tranquilo porque trabajas con cosas delicadísimas; a veces con un tornillito de una milésima o con un reloj que vale 12.000 euros.”
Entre sus tareas más laboriosas está el cambio de hora, que cada año supone una pequeña odisea.
“Hay que cambiar todos los relojes, y a muchos se les rompe el botoncito porque llevan medio año sin tocarlo y se obstruye con el sudor”, cuenta con humor.
🔔 El guardián del tiempo en Santa María
Cada octubre, Vicent sube al campanario de Santa María para poner en hora el gran reloj que domina el casco antiguo de Alcoy. Lo hace desde hace casi cincuenta años, con el mismo cuidado y respeto con que su abuelo lo hacía antes que él.
Ese gesto, aparentemente sencillo, tiene hoy un valor simbólico: representa la resistencia de un oficio que poco a poco se apaga en el ruido digital del siglo XXI.
En cada tic y en cada tac, Vicent Botella no solo mide el paso del tiempo.
También lo preserva.