Ciudad del Artista Fallero: El polígono industrial disfrazado de distrito cultural

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Lo que fue concebido como el gran refugio de la tradición fallera se ha convertido en un popurrí de gimnasios, carpinterías y talleres mecánicos. Los artistas falleros ya no saben si van a crear un ninot o cambiar las ruedas de un coche. ¿Es este el fin de la Ciudad del Artista Fallero o un nuevo comienzo como zona de crossfit?

Valencia es conocida mundialmente por sus fallas, esas monumentales creaciones artísticas que arden en llamas cada marzo, mientras los turistas aplauden y se maravillan con el espectáculo. Y, claro, para que esas obras de arte existan, alguien tiene que hacerlas. De ahí que, allá por los años 60, alguien en Valencia tuviera una brillante idea: crear la Ciudad del Artista Fallero, un lugar exclusivo donde los artistas falleros pudieran dar rienda suelta a su creatividad. Un refugio de arte, tradición y cultura.

Flash forward al 2024, y lo que tenemos no es exactamente eso. Si pensabas que la Ciudad del Artista Fallero era una utopía donde los artesanos crean mágicamente fallas todos los días entre risas y aplausos, déjame romperte el corazón. Porque lo que queda hoy en día se parece más a una mezcla de polígono industrial, zona de crossfit y… alguna que otra iglesia sij. Sí, porque si vas allí buscando arte fallero, puede que acabes haciendo flexiones en un gimnasio antes de encontrarte con un ninot.

El proyecto utópico que se transformó en distópico

La idea original era ambiciosa: un espacio en el que los artistas falleros, esos héroes locales sin capa (aunque con monos de trabajo), pudieran crear en paz. Durante años, la Ciudad del Artista Fallero fue el epicentro de la producción de monumentos falleros. Los talleres estaban a pleno rendimiento, las falleras mayores paseaban orgullosas por los pasillos, y todo el mundo aplaudía la valentía de haber agrupado a tantos talentos en un solo lugar.

Pero, como pasa con muchas buenas ideas, el tiempo y la falta de inversión hicieron su trabajo. Lo que comenzó como una comunidad vibrante, terminó siendo un espacio donde los artistas han tenido que enfrentarse a un problema insoslayable: la competencia inmobiliaria. Hoy en día, la Ciudad del Artista Fallero se ha convertido en un collage de negocios que poco o nada tienen que ver con las fallas: gimnasios donde te ponen en forma (para escapar del abandono), carpinterías metálicas donde se fabrica de todo menos ninots, y hasta una iglesia sij que, quién sabe, igual reza por el resurgir de las fallas.

El plan de dinamización… ¿dinamización de qué?

En 2015, los más optimistas en el Ayuntamiento de Valencia decidieron que era el momento de “dinamizar” la Ciudad del Artista Fallero. Porque, claro, ¿qué mejor palabra que esa para disfrazar lo que en realidad era un intento desesperado de evitar que el lugar muriera de aburrimiento? Se lanzó un proceso de participación ciudadana, lo que siempre suena muy bien, pero, por lo visto, en nueve años de reuniones, propuestas y palmaditas en la espalda, lo único que ha cambiado es que ahora hay mejor paisajismo. Sí, han plantado árboles, por si te lo preguntabas.

Mientras tanto, los artistas falleros que quedaban han decidido que esperar no es lo suyo y han empezado a marcharse a polígonos industriales cercanos, con naves más modernas, baratas y con aire acondicionado. Porque, seamos realistas, entre trabajar a 40 grados en una nave obsoleta o en un lugar donde, al menos, no te achicharras mientras haces una falla, la decisión no es tan difícil.

Los artistas: entre el ninot y la mancuerna

Gabriel Sanz, un artista fallero con más de 40 años de experiencia, lo resumió perfectamente: “La Ciudad del Artista Fallero está enterrada y cada día le echan más tierra encima”. Así de claro. Sanz y otros como él han decidido cerrar sus talleres y buscar otros horizontes, mientras que los pocos que quedan miran a su alrededor y se preguntan si de verdad hay alguna posibilidad de que el plan de “dinamización” del Ayuntamiento llegue a buen puerto antes de que todo el lugar se convierta en una zona de entrenamiento funcional.

Paco Pellicer, presidente del Gremio de Artistas Falleros, sigue pidiendo ayudas directas para evitar el cierre de más talleres, pero parece que los presupuestos públicos están más interesados en seguir plantando árboles que en ofrecer soluciones reales a los problemas de los artistas. Y mientras tanto, los gimnasios se multiplican como conejos, llenando el vacío dejado por los artistas con clases de spinning y pilates.

Gimnasios: la verdadera “dinamización” de la Ciudad del Artista Fallero

Porque claro, cuando se habla de “dinamización”, es obvio que nos referimos a dar más espacio para los gimnasios. Si te pasas por la Ciudad del Artista Fallero hoy, lo que menos verás son artistas falleros. En su lugar, te encontrarás con modernas instalaciones deportivas donde la gente se dedica a levantar pesas y quemar calorías, algo que, sinceramente, parece más lucrativo que construir monumentos gigantes que terminarán ardiendo en llamas en una semana. ¿Quién necesita arte cuando puedes hacer burpees?

Los pocos talleres que aún sobreviven se mezclan con locales que han cambiado su uso por completo. Lo que en su día fue un lugar para la creatividad, ahora es un espacio polivalente que sirve para cualquier cosa, menos para lo que fue concebido. Los ninots se han ido, pero las máquinas de cardio han llegado para quedarse.

¿El fin del oficio o una transformación inevitable?

A estas alturas, queda claro que la Ciudad del Artista Fallero, tal y como la conocimos, está al borde del colapso definitivo. Y no es solo cuestión de nostalgia por tiempos mejores. Es que el futuro del oficio de artista fallero está en peligro. Con cada cierre de taller, se pierde una parte de la tradición fallera, esa misma que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Las naves que en su día fueron cuna de la creación fallera están siendo ocupadas por negocios que poco o nada tienen que ver con la tradición. El plan de dinamización, aunque bienintencionado, parece más un intento de parchear una herida que de curarla. Los artistas falleros que quedan lo tienen claro: o se actúa de forma inmediata o esto se convierte en otra “Ciudad Fantasma”.

Reflexión final: ¿y ahora qué?

Y aquí estamos, en 2024, con una Ciudad del Artista Fallero que parece más un gimnasio a cielo abierto que un centro de creación artística. ¿Se puede salvar? ¿O es demasiado tarde para que el Ayuntamiento de Valencia haga algo significativo al respecto? Mientras esperamos respuestas, los artistas siguen mudándose, los gimnasios siguen abriendo y las fallas, esas grandes obras de arte efímero, se construyen cada vez más lejos de donde deberían.

Quizá la verdadera pregunta no sea si la Ciudad del Artista Fallero puede ser rescatada, sino si a alguien realmente le importa ya. Porque si no hay ninots, al menos siempre nos quedará una buena sesión de spinning para sudar la nostalgia.