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La Tortada de Goerlich: historia, derribo y regreso al Jardín del Turia

23 noviembre, 2025
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Durante décadas, la plaza del Ayuntamiento tuvo un corazón subterráneo cubierto de mármol y flores. Allí, bajo la plataforma que los valencianos bautizaron como la Tortada de Goerlich, se escondía el Mercado de Flores subterráneo, uno de los espacios más singulares de la Valencia del siglo XX. Brillante, polémico y finalmente demolido, este proyecto vuelve ahora a la actualidad gracias a la decisión del Ayuntamiento de reconstruir parte de la estructura en el Jardín del Turia.

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La ciudad se dispone así a recuperar un símbolo perdido, combinando memoria histórica y nuevo uso ciudadano. Para entender la dimensión de esta decisión, conviene repasar cómo nació el mercado, cómo era, por qué cayó en desgracia y qué se va a hacer con los restos que todavía se conservan.

El sueño moderno de un mercado subterráneo de floresLa fuente del antiguo Mercado de Flores el vestigio oculto en Llano de Zaidia fotor 202511239532

La historia arranca en la antigua plaza de Emilio Castelar, actual plaza del Ayuntamiento. En los años veinte, Valencia acomete una profunda transformación de este espacio para convertirlo en el gran centro cívico de la ciudad. El arquitecto municipal Francisco Javier Goerlich Lleó se convierte en uno de los grandes protagonistas de esa operación urbana.

Tras una primera intervención en 1927, en 1931 el Ayuntamiento le encarga rediseñar el espacio central de la plaza ya en plena Segunda República. Goerlich propone una solución tan audaz como llamativa: una plataforma sobreelevada de planta triangular coronada por tres grandes fuentes y farolas de forja, que esconde en su interior un mercado de flores subterráneo organizado en torno a una rotonda circular. La forma de la plataforma, con sus niveles y barandillas, recuerda a un gran pastel de almendra y pronto recibe el apodo popular de «tortada».

Así era el Mercado de Flores subterráneoantiguo mercado de flores de Valencia

El Mercado de Flores estaba pensado para concentrar a todos los floristas de la plaza en un espacio protegido, ordenado y monumental. Contaba con unos 40 puestos, todos con agua corriente, y se accedía a él por escalinatas de mármol cuyos muros laterales también iban chapados en este material.

Al llegar al nivel inferior, el visitante entraba en un anillo circular revestido con azulejos y pavimento de mármol. A lo largo del muro interior se distribuían 40 cuartos: treinta y seis dedicados a puestos de venta, dos a aseos, uno a aprovisionamiento de agua y otro reservado a otros usos. Todos tenían puertas de madera vieja y cristal impreso.

Delante de esta corona de cuartos discurría un mostrador chapado de mármol con una canal de plomo revestida de madera que se mantenía siempre llena de agua para colocar las flores. Los espacios de venta se separaban mediante mamparas de cristal de luna, y en los laterales se disponían búcaros de metal.

 

En el centro del mercado se alzaba una gran fuente de mármol rodeada por una corona circular ajardinada. El conjunto se iluminaba mediante claraboyas y luminarias ocultas tras cristales matizados que rodeaban los pilares centrales, creando una atmósfera muy particular para un comercio tan ligado al color y al perfume.

La inauguración de 1933 y el homenaje a Blasco Ibáñez

Las obras comenzaron en diciembre de 1931 y, pese a que pudieron haberse terminado un año después, diversas paralizaciones retrasaron la apertura oficial. El Mercado de Flores se inauguró finalmente el 28 de enero de 1933, en plena Segunda República, coincidiendo con el quinto aniversario de la muerte del novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez.

La prensa de la época describió un acto sencillo pero emotivo. Al mercado acudieron el alcalde accidental Gisbert, varios concejales y numeroso público. La Banda Municipal interpretó el himno de Riego, y después la comitiva se dirigió a la casa natal de Blasco Ibáñez para depositar coronas y ramos de flores. Curiosamente, ni el propio Goerlich —enfermo en cama— ni el alcalde titular —de viaje en Francia— pudieron asistir a la inauguración.

Una obra brillante, pero «invisible»antigua plaza goerlich fotor 2025112394754

Arquitectos e historiadores coinciden en que la Tortada y el Mercado de Flores fueron una obra sensible e inteligente, digna de conservarse. Sin embargo, desde muy pronto despertaron recelos. Valencia presumía desde los años veinte de un mercado de flores visible, lleno de vida y color en la superficie de la plaza. Enterrar aquella postal en un subterráneo circular se percibió por muchos como una contradicción.

Las cartas al director contra el «mercado invisible» se multiplicaron a partir de los años cuarenta. Los floristas consideraban que trabajar bajo tierra era incómodo y perjudicial para las ventas, y buena parte de la ciudadanía echaba de menos la estampa de los ramos al aire libre. Además, la presencia de urinarios subterráneos ligados a las paradas del tranvía alimentó la mala fama del lugar, descrito por algunos mayores como un «antro» poco higiénico donde se daban cita conductas vistas entonces como «viciosas».

El principio del fin: la salida de las flores al exterior

En 1944 el Ayuntamiento decidió anular el uso del mercado subterráneo. Los puestos de venta salieron a la superficie de la plaza, ya rebautizada como plaza del Caudillo, en forma de quioscos al aire libre. Las crónicas recogen cómo floristas y opinión pública apoyaron mayoritariamente la medida, aunque criticaron la modestia y la distribución de las nuevas casetas.RODEADA U2201674027128TSH RknSD2MkI0EZz2nBXYNJvgI 1200x840@Las Provincias

Mientras tanto, la estructura de la Tortada seguía en pie, pero su razón de ser —el mercado subterráneo— se había evaporado. En los años cincuenta, la expansión de las Fallas, el aumento del tráfico rodado y la necesidad de más espacio para actos multitudinarios reforzaron la idea de que la plataforma era un obstáculo para la «modernidad» que representaban el automóvil y los grandes festejos.

Demolición y dispersión de sus piezas

La plataforma comenzó a desmontarse en 1953 y el conjunto fue demolido a principios de los años sesenta. El hueco que dejó la Tortada se convirtió en una gran explanada destinada al tráfico y a las grandes concentraciones, un modelo de plaza que marcaría durante décadas la imagen del centro de Valencia.

Sin embargo, la historia de la Tortada no terminó con la piqueta. Muchas de sus piezas de piedra fueron reutilizadas o almacenadas. Parte de los restos se guardaron en un depósito de materiales en el barrio de San Isidro; una de las fuentes se instaló en una rotonda ajardinada en Llano de Zaidía, junto al viejo cauce del Turia, y varias columnas pasaron a formar parte del monumento a los maulets en la avenida Reino de Valencia. Incluso algunos bancos acabaron en calles de Paiporta, donde todavía subsisten varios de ellos.

Del archivo a la reconstrucción: el trabajo de los especialistas

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En los últimos años, la figura de Goerlich y la memoria de la antigua plaza del Ayuntamiento han recuperado protagonismo. El arquitecto Javier Hidalgo ha liderado un minucioso trabajo de localización y catalogación de las piezas dispersas de la Tortada, llegando a la conclusión de que su reconstrucción parcial es viable mediante el método de la anastilosis: una técnica que utiliza materiales originales y completa los huecos con piezas nuevas fácilmente identificables.

Con esta base, el Servicio de Patrimonio Histórico y Artístico del Ayuntamiento elaboró una propuesta para devolver la Tortada al paisaje ciudadano. Se plantearon dos posibles ubicaciones: la propia plaza del Ayuntamiento o un tramo del viejo cauce del Turia, en el entorno del Museo de Bellas Artes.

Por qué la Tortada no vuelve a la plaza del Ayuntamiento

La opción de reinstalar parte de la estructura en la plaza del Ayuntamiento fue finalmente descartada. Los informes del área de Urbanismo explican que la plaza está inmersa en un proceso de reforma cuyo proyecto no contempla la integración de estos restos, ni aparece en los pliegos del contrato ni en las propuestas valoradas por el jurado del concurso.

En paralelo, el Organismo Autónomo de Parques y Jardines y otros servicios municipales —Ciclo Integral del Agua, Alumbrado u Ocoval— emitieron informes favorables a la instalación en el Jardín del Turia, tanto por razones de integración paisajística como de mantenimiento y seguridad.

El regreso al Jardín del Turia: cómo será la nueva TortadaTORTADA EN EL CAUCE kglG U240309466132tJF 1200x840@Las Provincias

Con todos los informes sobre la mesa, el Ayuntamiento ha dado luz verde a la reconstrucción parcial de la Tortada de Goerlich en el tramo VII del Jardín del Turia. El Servicio de Patrimonio prevé contratar a principios de 2026 la redacción del proyecto técnico y, posteriormente, licitar las obras.

La nueva Tortada se reconstruirá a cota de calle, sin excavar el terreno, por motivos de seguridad ciudadana y mantenimiento. El objetivo es recuperar el pórtico circular y parte de la volumetría original, utilizando el máximo número posible de piezas auténticas: columnas, bancos y elementos de piedra procedentes de depósitos municipales, de la rotonda de Llano de Zaidía, del monumento a los maulets y de los bancos de Paiporta, cuyo Ayuntamiento ha mostrado plena colaboración.

No se recreará el mercado subterráneo ni sus urinarios, pero sí se buscará explicar, mediante paneles y recursos gráficos, cómo era aquel espacio que marcó la vida cotidiana de la plaza entre 1933 y mediados del siglo XX.

Un ejercicio de memoria urbana para la Valencia del siglo XXI

La reconstrucción de la Tortada de Goerlich en el Jardín del Turia va más allá de un simple gesto arquitectónico. Es un ejercicio de memoria urbana: recuperar una pieza clave de la historia de la ciudad, explicar su contexto, sus luces y sus sombras, y darle un nuevo sentido como espacio de paseo, contemplación y reflexión.

En un momento en que la plaza del Ayuntamiento vuelve a replantearse como espacio ciudadano, la nueva Tortada en el cauce recordará que Valencia ha experimentado muchas formas de entender el centro: desde los mercados al aire libre y los proyectos subterráneos de los años treinta hasta las grandes explanadas para el tráfico y, hoy, los espacios peatonales y verdes.

Quizá por eso el regreso de la Tortada genera tanta expectación: porque conecta a varias generaciones con un lugar del que escucharon hablar a sus mayores, pero que nunca llegaron a ver. Y porque demuestra que, a veces, la ciudad puede reconciliarse con su pasado sin renunciar a mirar hacia adelante.

 

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