La ciudad se vuelca con su patrona en un recorrido inolvidable marcado por el calor, la emoción y los vítores




Valencia volvió a detenerse este domingo ante el paso solemne y glorioso de su Reina. La Mare de Déu dels Desamparats, patrona de los valencianos, recorrió una vez más las calles del centro histórico arropada por una multitud entregada, entre una lluvia de pétalos, cantos, incienso y aplausos. La imagen, portada por los tradicionales eixidors, avanzó con elegancia por un itinerario cargado de historia, fervor y amor popular. Un año más, la procesión general demostró que la devoción por la Mare de Déu no solo sigue viva, sino que crece con el paso del tiempo.
Un día radiante para una ciudad que esperaba el reencuentro
Desde bien temprano, los bancos, calles y balcones empezaron a llenarse de fieles y curiosos. Los abanicos volvían a ser imprescindibles: la jornada trajo el primer calor serio de la primavera, con temperaturas que superaron los 30 grados en algunos momentos. Pero ni el sol ni el cansancio pudieron con la ilusión.
La Mare de Déu era esperada. Y Valencia la esperaba como siempre: con flores, música y el alma abierta. Era el reencuentro de un pueblo con su símbolo más querido, el corazón de una tierra que, aunque llora a veces, nunca olvida a quien más consuela.
El desfile que lo tiene todo: fallas, gremios, clero, Ejército y pueblo
La procesión arrancó a las 17:30 h con el desfile de las comisiones falleras, que llenaron las calles de color, trajes regionales y recuerdos de la pasada Ofrenda. La diferencia, esta vez, fue el cielo despejado y la luz cálida que bañaba los rostros. Tras ellas, una larga hilera de cofradías, asociaciones religiosas, entidades culturales y gremios llenaron el recorrido de solemnidad y tradición.
No faltó nadie. Desde la Junta de Hermandades de Alboraia, con sus estandartes sobrios y rostros serenos, hasta el Gremio de Panaderos y Pasteleros, que acudieron con su indumentaria de faena, como recién salidos del obrador. Incluso el Ejército, con la aplaudida presencia de la Legión, arrancó ovaciones con su paso firme y su respeto visible.
El clímax: la salida de la Virgen por la Puerta de los Apóstoles
A las ocho en punto, las campanas se mezclaron con el estruendo de la pólvora y los primeros acordes del Himno de la Coronación. La Mare de Déu cruzaba el umbral de la Catedral por la Puerta de los Apóstoles envuelta en incienso, lágrimas y emoción. Los eixidors la portaban con mimo, entre vítores atronadores:
«¡Vixca la Mare de Déu!»
«¡Guapa! ¡Bonica!»
«¡No te’n vages mai!»
Era el momento más esperado. Los balcones se vaciaban en cascadas de pétalos y pañuelos. El público, de pie, rompía en aplausos. Y muchos, sin poder evitarlo, lloraban. Porque la devoción no entiende de edades, ideologías ni cansancio. La devoción por la Mare de Déu lo abarca todo.
Las autoridades, en segundo plano ante la protagonista
La alcaldesa, visiblemente emocionada, caminaba junto a otras autoridades civiles y autonómicas. Pero en esta procesión no hay cargos ni jerarquías que importen: todos caminan tras la Virgen, todos se emocionan por igual. La Mare de Déu no distingue entre políticos y panaderos, entre turistas y vecinos. A todos abraza con el mismo manto.
Un final apoteósico con aroma a pólvora y flores
La imagen siguió su recorrido entre aplausos, saetas, rezos y promesas. Algunos niños eran alzados para rozar el manto con sus manos, otros lanzaban pétalos al paso de la imagen. La música, las campanas y los timbales acompañaban cada tramo del camino. Las calles, iluminadas por la devoción, respiraban ese ambiente que solo Valencia sabe crear cuando camina con su Mare de Déu.
Pasadas las diez de la noche, la imagen regresaba a la Basílica, cerrando una jornada inolvidable. Pero la emoción no se apagaba. Muchos seguían cantando, otros esperaban para verla un poco más. Porque cada año es especial, cada paso es nuevo, y cada mirada es única.
Valencia sigue latiendo con fe
Esta procesión ha vuelto a confirmar lo que ya se sabe: que la Mare de Déu no es solo una imagen, ni solo una devoción. Es un símbolo, una madre, una fuerza que une a todo un pueblo. Es el reflejo de un sentimiento que atraviesa generaciones y que, pase lo que pase, vuelve cada mayo a llenar de esperanza y belleza las calles de una Valencia que nunca deja de mirar al cielo