En la iconografía medieval del Apocalipsis, los signos del fin del mundo rara vez eran sutiles. Terremotos, guerras, hambrunas, pestes… y, entre todos estos horrores, San Vicente Ferrer señalaba uno que hoy podríamos pasar por alto: el cambio en los modos de vestir. Pero, para el dominico valenciano, esta transformación de las costumbres no era menor. Era una señal clara y terrible de que el mundo se deslizaba hacia su perdición.
“Advertid que en aquel tiempo las mujeres vestirán como los hombres y se portarán según sus gustos y licenciosamente, y los hombres vestirán vilmente como las mujeres.”

Un mundo al revés
Esta profecía, expresada en su sermón del 13 de septiembre de 1401 en Barcelona, no alude meramente al atuendo, sino a un desorden generalizado de los roles, del orden natural y de la moral tradicional. El atuendo cruzado era para Ferrer una metáfora del caos espiritual, de una sociedad que ha perdido sus referencias divinas y se entrega a la vanidad y a la transgresión.
En sus palabras, el deterioro de las costumbres se evidenciaría en lo cotidiano: las mujeres tomarían libertades impensables y los hombres abandonarían su dignidad. Esta inversión, a los ojos del dominico, no era otra cosa que la señal de que el espíritu del Anticristo ya obraba entre los hombres.
El discurso escatológico como instrumento de reforma
Más allá de la literalidad de sus palabras, Vicente Ferrer utilizó este tipo de imágenes para despertar temor y mover a la conversión. Sabía que, en una época donde la moral pública estaba en crisis y los conflictos políticos y religiosos desbordaban, una retórica fuerte era necesaria para impactar.
Carolina Lozada, estudiosa del discurso vicentino, afirma que esta crítica al deterioro de las costumbres era parte de un objetivo mayor: reformar la sociedad desde sus cimientos, comenzando por la vida personal, la familia y el comportamiento social.
El miedo como catalizador del cambio
En los sermones de Ferrer, el deterioro moral no era simplemente denunciado, sino que se dramatizaba con escenas fuertes, gestos teatrales, e incluso llanto. Como estrategia de predicación, el miedo a la condenación se combinaba con la esperanza en la redención para generar un poderoso mensaje dual: el mundo está al borde del abismo, pero aún hay tiempo de salvarse.
Una señal entre muchas
Este signo —el cruce de roles de género— no era el único para Vicente Ferrer. Formaba parte de un conjunto de señales apocalípticas que anunciaban el fin: guerras entre reyes, traiciones dentro de la Iglesia, falsos profetas, y un pueblo que ya no sabía distinguir el bien del mal. El cambio en los vestidos era el síntoma visible de una enfermedad espiritual más profunda.
Conclusión:
San Vicente Ferrer vio en la transformación de las costumbres un eco del Apocalipsis. Su denuncia no pretendía censurar lo superficial, sino alertar sobre una crisis moral global. En su mundo, que creía cercano al fin, cada detalle del comportamiento social tenía implicaciones eternas.