València, Redacción
En los años 70, València caminaba peligrosamente hacia una forma de urbanismo devorador, agresivo con su entorno, ciego ante su pasado y su escala humana. Era la época del desarrollismo sin control, de los planes generales que ampliaban el suelo urbano como si fuera infinito, del coche como tótem de modernidad. Pero también fue el momento en el que algunas voces, pocas pero decisivas, comenzaron a sonar como una alarma. Una de ellas fue la de Manuel Sanchis Guarner, que en 1972 publicó La ciutat de València. Síntesi d’Història i Geografia urbana, un libro que puso luz donde hasta entonces había oscuridad.


Fue, sobre todo, un acto de resistencia. De amor por una ciudad que estaba a punto de perderse a sí misma.
🏗️ El crecimiento que todo lo arrasaba
El urbanismo de la época permitía construir antes de urbanizar, devorar huerta sin orden ni límites, y plantear infraestructuras tan desmesuradas como una autopista por el cauce del río Turia. Planes como el de urbanizar El Saler, levantar hoteles sobre dunas y dividir la Devesa en miles de parcelas, o convertir el antiguo lecho del río en un eje rápido de tráfico rodado, eran vistos por algunos como el camino natural hacia la modernidad. Pero también como la antesala de una València irreconocible, desfigurada, monstruosa.

La expresión “ciudad monstruo” no la inventó Sanchis Guarner, sino el arquitecto Salvador Pascual Gimeno, en una conferencia de aquel mismo 1972. Pero fue el filólogo y humanista quien dotó esa metáfora de contenido histórico, geográfico y cultural. Su diagnóstico fue claro: si València no corregía el rumbo, perdería su esencia. Y aún más: perdería su alma.
📚 Un libro que despertó conciencias
Lo que hizo Sanchis Guarner fue mirar la ciudad con la profundidad de un filólogo, la precisión de un geógrafo y la sensibilidad de un ciudadano comprometido. Su obra recogía la evolución urbana desde sus orígenes hasta el presente, pero no como un tratado técnico, sino como una llamada de atención. Lo que entonces parecía inevitable —el sacrificio de la huerta, la marginación del centro histórico, el olvido del río, la segregación de barrios enteros— empezó a ser cuestionado.
Aquel libro fue, para muchos, el primer mapa emocional de València. Y también el primer aviso serio de que la ciudad necesitaba defenderse de sí misma.
🔥 Amenazas reales, consecuencias duraderas
Los años que rodearon a esa publicación estuvieron marcados por tres grandes amenazas:
- La urbanización del Saler: un proyecto turístico descomunal que pretendía parcelar la Devesa, construir más de 30 hoteles y miles de viviendas en primera línea de costa.
- La autopista por el cauce del Turia: una infraestructura pensada para conectar Madrid con Barcelona a través del río, ignorando su potencial como espacio público y natural.
- La destrucción del centro histórico: entre 1950 y 1980 se perdieron decenas de edificios valiosos, desde conventos a hospitales, palacios, plazas y calles medievales, sustituidos por bloques sin identidad.
El Plan General de 1966, que consolidaba estas decisiones, seguía vigente mientras la ciudad crecía desordenadamente.
✊ Un hombre contra el olvido
Sanchis Guarner no era un urbanista, ni un político, ni un activista. Pero su voz fue escuchada porque aportaba saber, rigor y un profundo amor por València. Su trayectoria como filólogo —autor clave en la elaboración de las Normas de Castelló y defensor incansable del valenciano— le granjeó el respeto de muchos… y el odio de algunos. En 1978, recibió incluso un paquete bomba, disfrazado de caja de turrones. No estalló. Pero simboliza hasta qué punto la defensa del patrimonio, la lengua y la ciudad eran entonces gestos valientes.
Hoy, medio siglo después, la València del Jardín del Turia, la València que recuperó parte de su huerta, que frenó El Saler, que redescubre sus barrios históricos, le debe mucho a quienes se atrevieron a decir “basta” a tiempo.
La ciudad monstruo no llegó a consumarse del todo. Pero todavía hoy conviene recordar qué estuvo a punto de pasar. Porque, como escribió Sanchis Guarner, “només coneixent la ciutat podem estimar-la. I només estimant-la, podrem salvar-la”.