Antes de romper récords con 700.000 entradas vendidas en 24 horas, Bad Bunny sudaba en salas pequeñas como la Moon de Valencia, donde por 20 euros se vivió un concierto que ahora parece de ciencia ficción.
En el vasto archivo de la memoria colectiva musical, hay momentos que, con el tiempo, adquieren una dimensión casi mítica. Uno de esos episodios tuvo lugar en Valencia, esa ciudad que se toma el sol tan en serio como el arte, el arroz y ahora, al parecer, el reguetón. En el año 2017, un joven puertorriqueño con gafas de pasta y actitud de estrella (aunque aún sin presupuesto de estrella) se subía al escenario de una modesta sala valenciana. ¿Su nombre? Bad Bunny. ¿El lugar? La Sala Moon. ¿El precio de la entrada? 20 euros. Sí, has leído bien. Veinte.
Mientras hoy las plataformas colapsan por intentar comprar una entrada que roza los 200 euros para verle en el Metropolitano de Madrid o el Estadi Olímpic de Barcelona, en aquel entonces, apenas 900 personas fueron testigos del primer paso de este fenómeno global en territorio español. Porque sí, todo tiene un principio, incluso el “conejo malo”.
El Benito antes de ser Bad Bunny: un inicio más valenciano que caribeño

Podríamos decir que Valencia tiene un sexto sentido para anticipar leyendas. Desde artistas callejeros que acaban en Eurovisión hasta chefs que nacen sirviendo almuerzos en bares de polígono. En este caso, le tocó el turno a la música urbana. Corría el año 2017, y en una noche más de primavera templada que caribeña, Benito Antonio Martínez Ocasio, nombre civil del artista, se plantaba en la capital del Turia con su primer repertorio cargado de autotune, dolor y actitud.
Aquel show se anunció casi en susurros. Algunos lo recuerdan como “un concierto más” de una escena urbana que ya empezaba a ganar peso, pero sin que nadie imaginara el tsunami cultural que estaba por venir. Otros, los más nostálgicos y oportunistas, ahora se pelean por presumir que estuvieron allí, como quien asegura haber visto a Nirvana en una sala de ensayo.
¿Una entrada a 20 euros? ¿Dónde firmamos?
Lo más curioso de toda esta historia no es solo la presencia de Bad Bunny en Valencia, sino la cifra que pagaron sus asistentes. Veinte euros. Con eso hoy apenas te compras dos cubatas (y eso si eres optimista y el garito no está en Ruzafa). Pero en 2017, esa modesta cantidad te daba acceso a un concierto que, con la perspectiva de 2025, es casi material de culto.
¿Es posible que los asistentes de aquel concierto se imaginaban que ese joven vestido de negro, más pendiente del ritmo que de la coreografía, acabaría cantando en los Grammys con traje de lentejuelas? Poco probable. Pero ahí estaban, grabando con sus móviles, coreando “Diles”, y quizá subiendo a Instagram un vídeo con filtro Valencia (sí, el de la app) sin saber que acababan de hacer historia.
De Moon a Metropolitano: el salto cuántico de una carrera imparable
Fast forward a 2025. La realidad supera cualquier expectativa. Bad Bunny ha vendido 700.000 entradas en 24 horas en su gira “DeBÍ TiRAR MáS FOToS World Tour” (título que, por cierto, suena más a indirecta que a título de gira). ¿Y en qué ciudades se presenta? Pues en todas. Literalmente. Madrid, Barcelona, y todo el resto del abecedario geográfico español.
Pero Valencia puede presumir de haber sido la primera. La madre del cordero. El génesis español de la leyenda. Porque mientras ahora los fans se pelean por una entrada en reventa que cuesta más que un alquiler en el Carmen, hubo un tiempo en que Bad Bunny se anunciaba en flyers impresos a color barato y cartelitos en Facebook.
El efecto nostalgia: cuando los conciertos eran sudor, cerveza y cercanía
Hay algo especial en los conciertos pequeños. Ese calor humano. Esa posibilidad de ver el sudor del artista a dos metros. Ese sonido imperfecto que, sin embargo, se siente más auténtico que cualquier producción milimétrica de estadio. Y sí, eso pasó en Valencia. En una sala Moon que, hoy más que nunca, puede colgar el cartel de “Yo vi nacer a una estrella”.
Los vídeos que aún circulan en las redes sociales muestran a un público entregado, coreando como si no hubiera mañana. Algunos, incluso, con esa mirada de “no sé quién es, pero me está gustando”. Y claro, nadie sabía que ese momento iba a convertirse en una joya irrepetible, una de esas anécdotas que contar en cenas con amigos o escribir en artículos SEO como este.
Una gira que empezó con humildad y terminó en apoteosis
La gira que arrancó en Valencia no fue solo una parada casual. Fue el inicio de un recorrido que incluyó ciudades como Torremolinos, Palma de Mallorca, A Coruña, Girona, Murcia, Alicante, Bilbao, Zaragoza… y la lista sigue. Un auténtico tour de force por España, cuando el reguetón aún no era “mainstream”, pero ya empezaba a calar.
Y lo más bonito de todo es que, aunque ahora el show se haya convertido en un despliegue audiovisual con drones, plataformas hidráulicas y pantallas más grandes que un edificio de Monteolivete, la esencia sigue ahí. El público sigue cantando como en 2017. Sigue grabando con el móvil. Sigue sintiendo.
¿Y ahora qué? El futuro de Bad Bunny y su vínculo con España
El fenómeno Bad Bunny sigue creciendo. Entre demandas por plagio, colaboraciones con superestrellas y cambios de estilo cada seis meses, el artista ha demostrado que no piensa quedarse quieto. Pero, aunque el mundo se rinda a sus pies, en el corazón de su carrera siempre quedará ese primer aplauso valenciano, ese pequeño concierto donde empezó a gestarse la leyenda.
Porque las raíces, aunque algunos las oculten bajo toneladas de marketing, siempre florecen en los lugares más inesperados.
¿Quién diría que una noche cualquiera en la Sala Moon acabaría marcando un antes y un después en la historia del reguetón en España?
Si tú estuviste allí (o si conoces a alguien que diga que estuvo), este es el momento de alzar la voz: ¿debería Valencia reclamar su lugar en el Olimpo de la música urbana como la ciudad que vio nacer al Bad Bunny español?