Biblioteca en las nubes

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JOSE APARICIO PEREZ    El todo terreno ascendía trabajosamente por la empinada y umbrosa ladera, sin excesivos problemas por su potencia y dureza.

¿Cuándo llegaremos? nos preguntábamos, porque tanto camino forestal se hacía pesado, a pesar de que la majestuosidad ascendente del paisaje mitigaba mucho la fatiga del recorrido.

Al final, al llegar al albergue de montaña, construido con oportunidad y buen sentido por el -famoso entonces- ICONA, nos detuvimos, terminaba la vía para vehículos y seguía la ascensión a pie, por senda o trocha con nombre antiguo “Camino de los Moros”, nombre, sin duda, del camino que en la Antigüedad permitía acceder al poblado ibérico, quizá en carros.

A más de 1.000 metros de altura, auténtico nido de águilas, sobre la cumbre en suave pendiente hacia el septentrión y cortada a pico en la solana. Los gamones, tubérculos que recuerdan al condimento mediterráneo por antonomasia, daban nombre a la ciudad ibérica, El Pico de los Ajos, en lo alto de la Sierra Martés.

No dábamos crédito a lo que veíamos, una vez que entramos en el recinto de la ciudad, a través del difícil tramo rocoso, único punto que lo permitía. Había restos por doquier que evidenciaban la naturaleza y antigüedad de los restos y su adscripción cultural.

Meca, el Castillico de Jarafuel y, ahora, éste, el Pico de los Ajos, y otros. Era evidente que a más de mil metros sobre el nivel del mar hubo ciudades o poblados ibéricos de extensión considerable, más que pequeños lugares o villorrios.

Pero éste destacaba por otra circunstancia, había proporcionado el mayor conjunto de textos ibéricos, nada más ni nada menos que más de 5  plomos escritos llegó a estudiar Domingo Fletcher Valls, el investigador valenciano que más trabajó sobre la Lengua Ibérica, uno de los mayores “sabios” mundiales sobre la misma.

Jamás ningún yacimiento ibérico había proporcionado tantos textos ni tan extensos, todos sobre plomo, soporte ideal para grabar en ellos, para escribir las fórmulas mágicas según algunos, los contratos según otros, las relaciones contables de terceros, los tratados entre ciudades o grupos o… vaya Ud. a saber qué. Porque los textos ibéricos se transcriben con alfabeto latino, aunque salen extensos párrafos ahora en lengua conocida aunque intraducibles, sin posibilidad de conocer el significado porque la palabra no era latina, solamente el signo gráfico de cada una de las letras.

¿Qué enigma, qué misterio se esconde detrás de tantos relatos, de tantos mensajes grabados en planchas del blando metal?.

La lengua ibérica era la propia de las poblaciones de la antigüedad valenciana, poblaciones autóctonas, que heredaron la lengua anterior, de sus antepasados de la Edad del Bronce. El alfabeto fue lo único importado, es decir el procedimiento para la expresión gráfica de los sonidos, letras, palabras, frases, etc. No se importó nunca la lengua.

La biblioteca del Pico de los Ajos, como la de La Bastida, San Miguel de Liria, L’Orley de Castellón y tantas otras, guarda, todavía, su enigma.